En su inicio como nación moderna, Argentina construyó una sociedad, le dio educación integradora con un Estado poderoso y eficiente, y notable igualdad social. Con ritmo espasmódico y sostenido creció hasta que un conjunto de fenómenos interrumpió esa dinámica virtuosa a mediados de los 70 y la sociedad igualitaria que en sus primeros 100 anos atrajo inmigrantes europeos y de países limítrofes, que en no más de dos generaciones entraban en el mundo de las clases medias, excluyó a la tercera parte de la población.
Después de 35 años de democracia los datos muestran una tragedia: pobreza e indigencia del 33%; 1 de cada 2 niños o adolescentes no satisfacen sus necesidades básicas, y un estado impotente cuyas políticas públicas devinieron slogans vacíos y fracasan una tras otra, generan una endémica desigualdad social, ante la indiferencia de una sociedad que ve normal que un niño duerma en la calle, trabaje en la basura o camine entre semáforos pidiendo ayuda.
¿Cómo nos sucedió esto, y no pedimos a gritos acción urgente?. Los avances sobre la corrupción sistémica son necesarios, pero no suficientes para ser base de transformaciones colectivas, y sin liderazgos de calidad, y propuestas de corto plazo, el futuro reclama una discusión colectiva e integral para aceptar y resolver un largo camino de decadencia que pesa sobre la vida de los argentinos. Los eventuales resultados de políticas exitosas serán visibles en el curso de varias administraciones, a partir de diagnósticos acertados y gestión pública eficaz que acabe con la improvisación facilista que llevó al actual estado de cosas.
Aunque pasa en múltiples esferas de la sociedad, en salud la situación es extrema, y la idea del “pluralismo negativo” como espacio de interlocución, donde todos hablan, nadie escucha y se presentan datos, supuestos prejuicios, etc. no sirve para hacer síntesis, sacar conclusiones y avanzar en el camino de la interlocución plural.
La salud es un tema en el que se invocan valores morales, fértil para cultivar posiciones épicas sostenidas en verdades inapelables, “heroísmo” que encubre una lucha de intereses individuales y corporativos que se traducen en poder, contratos. Cuando un grupo se siente amenazado por una acción de la política, construye de inmediato una versión catastrófica de lo que va a suceder genera miedo a los posibles afectados e invade las redes con versiones que hermanan en la victimización.
Una formula garantiza el éxito: la interpelación es siempre emocional y hace imposible interponer datos, alegar conveniencia o racionalidad, solo se entiende con el corazón. No existe visión integral, ni se discuten reformas estructurales para mejorar el bienestar de la población y evitar el despilfarro injustificado de recursos. En lugar de atacar problemas de fondo desde hace décadas, gobiernos y sociedad prefieren parches de corto plazo excusados en la falta de recursos pero desde la crisis de 2001 el gasto social aumentó 20 puntos y las falencias estructurales no fueron atacadas.
La salud tiene un costo, que alguien debe pagar: en un sistema solidario, recursos que fluyen del sano al enfermo, del rico al pobre, de adultos en edad laboral a niños y ancianos. Todos necesitamos servicios de salud de calidad, y en algún momento usaremos esos bienes comunes para beneficio personal o familiar. Pero, así como ningún individuo puede comprar todo aquello que le gustaría, ningún país puede financiar todas las prestaciones, a todos sus ciudadanos, y hay que establecer prioridades.
¿Y cómo ponernos de acuerdo en qué servicio es prioritario sobre otro? ¿Quién establece prioridades y en base a qué?¿ Cómo decirle a alguien que un tratamiento se reemplazará por otro más asequible para poder garantizar servicios también a otras personas? Aunque no se dude en darle prioridad a un grupo ¿cuánta darle?. ¿Hasta poner en peligro el presupuesto para niños, o ancianos? ¿priorizamos costosos tratamientos para cáncer avanzado quizás a expensas de prevención y detección temprana del mismo? ¿o tratamientos caros útiles a poca gente, o servicios básicos a mucha?
Expertos en bioética dicen que estos son debates donde gente razonable actuando de manera razonable difícilmente logra un acuerdo que sirva como principio universal. Pero la priorización existe aunque no se vea, afecta a todos, y el debate no se resuelve dentro del sector salud. La responsabilidad de tomar estas duras elecciones no es de sanitaristas o expertos, es de la sociedad en conjunto. En una Argentina fragmentada, tensa por la inequidad, y anclada culturalmente en derechos reivindicativos el camino natural es la judicialización, y combinada con una opinión pública reticente y poderosos intereses desalineados podría terminar erosionando o polarizando el soporte vital, especialmente en sus comienzos, de una cambiante clase política a una agencia de evaluación de tecnología. Una opinión pública convencida que la escasez de recursos en salud no es real, podría condenar a la agencia en la primera recomendación negativa, y es terreno ideal para que decisiones de cobertura cuidadosamente informadas, sean neutralizadas en una justicia. Y se esquiva el verdadero problema: se debe priorizar éticamente para el conjunto; y no es posible hacerlo, sin un legítimo acuerdo justo.