Expresidente del Tribunal Superior de Córdoba y especialista en bioética, el intelectual cordobés afirma que la discusión en torno a la interrupción legal del embarazo se polarizó y acabó
banalizándose
El mundo de Armando Andruet ocupa una muy buena parte de los altos de su casa del barrio Paso de los Andes, un verdadero oasis ubicado a una docena de cuadras del a veces caótico centro de la ciudad de Córdoba.
Encerrado en una biblioteca estupenda diseminada en tres ambientes, Andruet estudia, prepara charlas y escribe. Lo acompaña una importante cantidad de pinturas, en su mayoría de artistas de su provincia, y dos grandes colecciones: una de plumas (“tengo 250”, dice, orgulloso) y otra de cámaras fotográficas (“hay de todos los tiempos”, comenta).
Expresidente del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba y especialista en bioética, afirma que en el debate realizado en el Congreso nacional por el aborto, lamentablemente, “no se lograron consensos cruzados”. Aconseja ceder, abrirse al pensamiento del otro, porque, si no se lo hace, al final cada legislador terminará pensando tal como pensaba antes de este proceso.
De igual modo, está convencido de que la esgrima dialéctica en torno a la interrupción del embarazo se banalizó e hizo entrar al debate en una curva descendente. Además, elogia la actuación de la Iglesia durante este período porque, entre otras cosas, no mandó a la discusión a sus obispos, sino que fueron los fieles los que marcaron posición.
En lo personal, afirma que siempre fue defensor de la vida, aunque con el paso del tiempo fue modificando su postura inicial para ubicarse “con razonabilidad dentro de una posición intermedia”.
“Hay que entrenar mejor a las personas, varones y mujeres, sobre los riesgos que una relación ocasional puede generar. Y, a la vez, decirles que si acaso la relación fue ocasional, existe toda una artillería farmacológica, mecánica, de preservativos, para que una relación no termine en un embarazo que después suponga un aborto. El aborto no debe ser entendido como un método anticonceptivo”, postula. A modo de resumen, remarca que pensar que “tomar la píldora del día después es igual al aborto es una cosa demencial”.
En las paredes del estudio hay obras de José Malanca, Carlos Alonso, Diego Cuquejo, Pedro Pont Vergés y Octavio Pinto, entre otros pintores. Antes de entrar de lleno en la charla, Andruet cuenta la historia de algunos de los tantos relojes que están diseminados en toda la planta alta de la casa y enfatiza que una pluma no es una birome.
A continuación, una síntesis del diálogo mantenido con el jurista cordobés sobre la legalidad del aborto.
¿La discusión en torno a la legalidad del aborto también ha generado una grieta que divide a la sociedad?
Comparto esa apreciación porque, luego de exponer en el Congreso sobre este tema, observé precisamente eso. No existe vocación para encontrar un espacio intermedio en el que se puedan encontrar los extremos. Históricamente, en torno al aborto se dieron dos posiciones extremas. Las posiciones liberales más acérrimas son las que defienden el conjunto del aborto legal, gratuito y seguro. Allí la mujer se posiciona como dueña de su cuerpo y en función de eso puede expulsar cualquier realidad que aparezca como amenaza de esa propiedad y, hasta que ella no le da el plácet para que se quede, se tiene que ir. La otra posición extrema es la de los conservadores profundos, que no son necesariamente los católicos. Y me da la impresión que el Congreso no logra encontrar ese punto que un filósofo como John Rawls llamaría consensos entrecruzados. Aquí hay que ceder un poco para llegar a un resultado, porque de otro modo la cuestión del aborto se terminará resolviendo conforme a lo que pensaban los legisladores antes de este debate. Al no haber entrecruzamiento no hay modificación de posturas ideológicas. Me parece que hubo un esfuerzo estupendo del Congreso de poner en acto lo que un Parlamento hace, pero todavía no se ven los resultados de esa iniciativa. Yo estuve en una reunión en el Congreso de las doce que se dieron ese día y quedé agotado. Noté que no hubo un cuidado respetuoso para quienes hacían los informes, ya sea académicos o desde una hoja de vida, todos testimonios muy fuertes. Al lado de eso, había quien hablaba con una ropa interior en la cabeza o que mostraba unas agujas de tejer, y creo que esa no es la forma. El argumento para aceptar o rechazar el aborto debe ser académico, científico o biográfico, pero no convertirse en un espectáculo.
¿Piensa que el actual fue el mejor tiempo para llevar adelante este debate en el Congreso nacional? Algunas voces críticas hablan de una suerte de cortina de humo del Gobierno para desviar la atención…
Si acaso ese fue el objetivo, fracasó. De todas maneras, no creo que ese haya sido el propósito. Me parece que llegó un momento en el que el debate por el aborto se banalizó de tal manera que entró en una meseta y me atrevería decir en una curva de descenso. A mucha gente no le importó el debate del aborto porque estaba más preocupada por lo que pasaba con el dólar. La sociedad se ocupó del tema en los extremos del problema; es decir, cuando la cuestión se lanzó, y ahora, cuando está en la etapa final. En el medio, si uno le pregunta a la gente, solo dirá que se está discutiendo.
¿Considera que la sociedad está lo suficientemente preparada para sostener este tipo de debate?
Me da la impresión de que nos falta una materia. Estamos preparados para hacer los informes, pero no para entrar en la confrontación que supone el debate del problema. Unilateralmente, cada uno de los expositores tienen buenas razones, cualquiera sea su posición. Pero no existe la capacidad de generar un proceso de confrontación de ideas sin llegar a la discusión cerrada que no lleva a ningún lado.
Usted siempre ha sido un defensor de la vida, pero en sus últimas exposiciones públicas sobre la cuestión se advierte algún cambio en su mirada a esta cuestión.
Sí, yo siempre fui un defensor de la vida y lo sigo siendo. Pero me ubico con razonabilidad dentro de una posición intermedia. Primero, hay que advertir que el Código Penal de 1921 reconoce dos causales de inimputabilidad en el aborto: el riesgo a la salud de la madre o la violación de una mujer idiota, así lo decía la ley. Hay que pensar que eso fue escrito hace casi cien años. Y eso en ese tiempo era un adelanto significativo. Quizá yo mismo hace dos décadas creía que eso era una cosa terrible, sobre la base de que la vida es la vida siempre, con independencia de que sea la vida que engendra una mujer violada. Hoy creo, con capacidad de generar consensos y de escuchar atenta y empáticamente la posición del otro, que el Código Penal fue generoso en esa apertura. Y pienso que hoy habría que pensar que eso no solo cabe a la mujer idiota o demente cuando ha sido violada, sino en definitiva la mujer cuando ha sido abusada. Creo que también hay una posición de apertura respecto a situaciones en las que la vida del por nacer tiene una condición incompatible con la vida posterior. Y me parece que podría en esos casos también pensarse en una despenalización del aborto. Creo en paralelo que una sociedad moderna nunca se nutre únicamente de buenas leyes.
¿Cómo es eso?
Las leyes son producto de buenos ciudadanos. Y la ciudadanía, en este tema, debería comprender que a veces pasan cosas trágicas a las personas y a veces son las personas las que deciden tener situaciones trágicas. El Estado debería ser muy cuidadoso en fortalecer las prácticas de la educación sexual y reproductiva de las personas y también abundar en los aspectos que permiten que una situación de concepción no llegue a un proceso en el que haya que producir un aborto. Hay que entrenar mejor a las personas, varones y mujeres, sobre los riesgos que una relación ocasional puede generar. Y, a la vez, decirle que si acaso la relación fue ocasional, existe toda una artillería farmacológica, mecánica, de preservativos, para que una relación no termine en un embarazo que después importe un aborto. El aborto no debe ser entendido como un método anticonceptivo y eso es lo que yo visualizo que aparece en la situación liberal extrema: pensar que hacer un aborto es lo mismo que tomar la píldora del día después es una cosa demencial. Son instancias totalmente diferentes y hay que luchar para que haya educación y se sepan cuáles son los procedimientos previos que pueden evitar una situación terrible.
En su última marcha, el colectivo Ni Una Menos y otras agrupaciones sociales y políticas se expresaron claramente a favor del aborto legal, gratuito y seguro. ¿Qué piensa de ese tipo de manifestaciones?
Me parece que se trata de demostraciones en las que empiezan a verse campos que se confunden, porque la perspectiva de Ni Una Menos tiene un sesgo claramente feminista y el aborto tiene una clara compatibilidad con ciertas miradas de esta naturaleza. Pero pienso que Ni Una Menos tiene una mirada que también puede excluir el aborto, por todo lo que está poniendo en defensa de la vida de una mujer que es maltratada por su pareja u otras personas. Tal vez a mí me falten muchas lecturas para terminar de comprender profundamente la matriz del feminismo, pero no creo que sea bueno para el colectivo Ni Una Menos entrar en estas mezclas. Otros dirán que la vida democrática es plural y admite muchas concepciones bajo un mismo colectivo. Bueno, es posible. Yo no lo visualizo de esa forma.
¿Cómo juzga la actuación de la Iglesia durante todo este proceso de discusión?
A mí me parece que la Iglesia ha demostrado mucha estrategia ante este tema, porque no siguió un derrotero que la llevara a ponerse en la posición extrema que de hecho tiene, para salir a batallar desde esa posición. Ha utilizado en cambio una estrategia que tácticamente fue más satisfactoria y no ha ido por los golpes, sino que defendió lo que siempre defendió y utilizó lo que tiene que utilizar: la voz de sus fieles. No puso a su cúpula del obispado a la cabeza sino a los laicos, católicos, profundamente comprometidos. Yo soy católico y cumplí un rol dentro de la Iglesia. Nosotros tomamos nuestras perspectivas desde el lugar que creemos que lo podemos hacer. Además de católico, también soy jurista y tengo una perspectiva. Y entiendo que es hasta aquí hasta dónde puedo defender lo que creo que tengo que defender. Y entiendo que la Iglesia, dentro de ese mapa tan heterogéneo de fieles, supo encontrar los lugares para que cada uno cubra un cierto espacio. Al final de cuentas, si uno revisa el mapa de la Iglesia, advierte que cubrió un espacio mucho más amplio porque fue desde los moderados intermedios hasta los extremos.
¿Esos extremos no pueden llegar a importar un riesgo para la sociedad?
Son riesgosos, pero la Iglesia tampoco los puede rechazar. A veces hay personas que, desde posiciones extremas, nunca aceptarán que el aborto sea posible. Es una posición extrema que la Iglesia no puede repudiar. Pero yo pienso que hace veinticinco años, cuando se empezaban a desarrollar las técnicas de reproducción humana asistida, la Iglesia tuvo una militancia en contra muy severa. Pero luego, cuando las técnicas fueron mejorando, la Iglesia fue moderando sus críticas sobre algunas de ellas. Eso es porque tiene una dinámica y una tradición de dos mil años, que la hace ser la institución viva más vieja de la historia. No en vano eso es así.
Biografía
Armando Andruet es abogado y doctor en Derecho. Tiene 60 años, casado, dos hijos. Fue presidente del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba. Especializado en bioética, es profesor universitario y miembro de la Academia Nacional de Derecho. Preside el Tribunal de Ética de la provincia de Córdoba